viernes, 3 de febrero de 2012

Somos nubes, no más...



Ni siquiera me di cuenta de la situación hasta que el chico del gorro verde se sentó a mi lado, pidiendo con educación si podíamos compartir la mesa. Asentí con una sonrisa como respuesta, la misma sonrisa amable con la que él encargaba al camarero un café caliente.

Hasta ese momento no me sentí como la protagonista de una historia, sentada en una cafetería de Paris donde a través de las vidrieras se puede ver la Torre Eiffel. Apoyé el libro sobre la mesa y aproveché la presencia del camarero para pedirme otro café. Absorta en la cristalera, solo escuchaba de fondo la campanita que tintinea cuando se abre o cierra la puerta.

En un impulso, cogí el libro y lo abrí por la contraportada. Allí seguía la flor seca que me había dado hace unas semanas como señal para la siguiente vez que nos viésemos. Debí poner una cara entrañable, ya que escuché una risilla del chico del gorro verde al otro lado de la mesa.

La flor se había secado extrañamente rápido y sin embargo conservaba el olor del primer día. Incluso el libro se había impregnado. Solo el olor de los cafés recién preparados se mezclaba con el de la frágil flor, creando un ambiente cálido y placentero. De reojo, vi como el chico del gorro verde mordisqueaba una galleta, no con mucho entusiasmo la verdad, mientras miraba la cristalera y el gentío que pasaba.

- Parece que fue ayer cuando te vi desde fuera con tu libro y tus tazas de cafés ocupando toda la mesa – dijo el chico del gorro verde, sin apartar la vista de los cristales.

- Parece que fue ayer cuando me pediste que no dejara de venir los miércoles a pasar la tarde a la cafetería. – contesté.

Ninguno de los dos fue consciente de todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Sin embargo, allí estábamos, yo con mis aires de chica de ciudad pequeña que intenta descubrir otros lugares y él con los suyos de chico cosmopolita de urbe grande. Seguramente esa fue una de las razones por la que nos seguíamos viendo: yo disfrutaba aprendiendo y él mostrándome los rincones escondidos de Paris. Aun así, nos seguía gustando jugar a encontrarnos en los bares, casi por casualidad, aunque en el fondo sabíamos que una fuerza como la de los imanes nos atraía continuamente el uno hacia el otro...


M.

No hay comentarios: